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Mostrando las entradas etiquetadas como Borges

El proveedor de iniquidades Monk Eastman (J.L.Borges, Historia Universal de la Infamia)-fragmento

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  A los diecinueve años, hacia 1892, abrió con el auxilio de su padre una pajarería. Curiosear el vivir de los animales, contemplar sus pequeñas decisiones y su inescrutable inocencia, fue una pasión que lo acompañó hasta el final. En ulteriores épocas de esplendor, cuando rehusaba con desdén los cigarros de hoja de los pecosos sachems de Tammany o visitaba los mejores prostíbulos en un coche automóvil precoz, que parecía el hijo natural de una góndola abrió un segundo y falso comercio, que hospedaba cien gatos finos y más de cuatrocientas palomas —que no estaban en venta para cualquiera. Los quería individualmente y solía recorrer a pie su distrito con un gato feliz en el brazo, y otros que lo seguían con ambición. Era un hombre ruinoso y monumental. El pescuezo era corto, como de toro, el pecho inexpugnable, los brazos peleadores y largos, la nariz rota, la cara aunque historiada de cicatrices menos importante que el cuerpo, las piernas chuecas como de jinete o de marinero. Podía pre

Hombre de la esquina rosada

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  A Enrique Amorim A mí, tan luego, hablarme del finado Francisco Real. Yo lo conocí, y eso que estos no eran sus barrios porque él sabía tallar más bien por el Norte, por esos laos de la laguna de Guadalupe y la Batería. Arriba de tres veces no lo traté, y eas en una misma noche, pero es noche que no se me olvidará, como que en ella vino la Lujanera porque sí, a dormir en mi rancho y Rosendo Juárez dejó, para no volver, el Arroyo. A ustedes, claro que les falta la debida esperiencia para reconocer ese nombre, pero Rosendo Juárez el Pegador, era de los que pisaban más fuerte por Villa Santa Rita. Mozo acreditao para el cuchillo, era uno de los hombres de don Nicolás Paredes, que era uno de los hombres de Morel. Sabía llegar de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata; los hombres y los perros lo respetaban y las chinas también; nadie inoraba que estaba debiendo dos muertes; usaba un chambergo alto, de ala finita, sobre la melena grasienta; la suerte lo mimaba,

Tigres azules (BORGES)

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  Tigres Azules Jorge Luis Borges (Argentina) Una famosa página de Blake hace del tigre un fuego que resplandece y un arquetipo eterno del mal; prefiero aquella sentencia de Chesterton, que lo define como símbolo de terrible elegancia. No hay palabras, por lo demás, que puedan ser cifra del tigre, forma que desde hace siglos habita la imaginación de los hombres. Siempre me atrajo el tigre. Sé que me demoraba, de niño, ante cierta jaula del zoológico; nada me importaban las otras. Juzgaba a las enciclopedias y a los libros de historia natural por los grabados de los tigres. Cuando me fueron revelados los Jungle Books, me desagradó que Shere Khan, el tigre, fuera el enemigo del héroe.  A lo largo del tiempo, ese curioso amor no me abandonó. Sobrevivió a mi paradójica voluntad de ser cazador y a las comunes vicisitudes humanas. Hasta hace poco -la fecha me parece lejana, pero en realidad no lo es- convivió de un modo tranquilo con mis habituales tareas en la Universidad de Lahore. Soy pro

La Trama (Borges)

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  Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama:  ¡Tú también, hijo mío!  Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito. Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas):  ¡Pero, che!  Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena. FIN

Clásicos en Viñetas

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  Muchas mujeres ignoran quién es Nippur de Lagash. No tienen idea de quién es Alack Sinner o Giuseppe Bergman y Pratt o Crumb les pueden parecer marcas de galletitas. A mí no. Yo crecí leyendo el D´Artagnan y El Tony, a la par de muchos libros clásicos, que eran tratados con la misma irreverencia, ya que “Clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad.” (Borges) Los libros no son un objeto sagrado de adoración, son un lugar donde la gente entra a descubrir el universo desde la mirada de otros. Y leyendo, me imagino estos mundos, esta gente, sus historias, su manera de bailar, amar y reírse. Cuando se lee a Homero, se oyen los bronces chocando en batallas, y el canto de las sirenas; cuando se abre “1984” imaginamos un Gran Hermano que nos vigila. Estos dibujos son, en definitiva, una carta de amor a los libros, que me abrieron unive

Tema del traidor y del héroe (fragmento) Ficciones

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   (…) El 2 de agosto de 1824 se reunieron los conspiradores. El país estaba maduro para la rebelión; algo, sin embargo, fallaba siempre: algún traidor había en el  cónclave.  Fergus Kilpatrick había encomendado a James Nolan el descubrimiento de ese traidor. Nolan ejecutó su tarea: anunció en pleno cónclave que el  traidor era el mismo Kilpatrick.  Demostró con pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a muerte a su presidente. Este firmó su  propia sentencia, pero imploró que su castigo no perjudicara a la patria. Entonces Nolan concibió un extraño proyecto. Irlanda idolatraba a Kilpatrick; la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión; Nolan propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor el instrumento para la emancipación de la patria. Sugirió que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Kil

El milagro secreto (fragmento) “Ficciones”- Jorge Luis Borges

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  El piquete se formó, se cuadró. Hladík, de pie contra la pared del cuartel, esperó la descarga   Una pesada gota de lluvia rozó una de las sienes de Hladík y rodó lentamente por su mejilla;     el sargento vociferó la orden final. El universo físico se detuvo.   Las armas convergían sobre Hladík, pero los hombres que iban a matarlo estaban inmóviles. El brazo del sargento eternizaba un ademán inconcluso.   En una baldosa del patio una abeja proyectaba una sombra fija. El viento había cesado, como en un cuadro.  Hladík ensayó un grito, una sílaba, la torsión de una mano. Comprendió que estaba paralizado. No le llegaba ni el más tenue rumor del impedido mundo. Pensó estoy en el infierno, estoy muerto . Pensó estoy loco .  Pensó el tiempo se ha detenido . Luego reflexionó que en tal caso, también se hubiera detenido su pensamiento.   Quiso ponerlo a prueba: repitió (sin mover los labios) la misteriosa cuarta égloga de Virgilio. Imaginó que los y