Tema del traidor y del héroe (fragmento) Ficciones
(…) El 2 de agosto de 1824 se reunieron los conspiradores. El país estaba maduro para la rebelión; algo, sin embargo, fallaba siempre: algún traidor había en el cónclave.
Fergus Kilpatrick había encomendado a James Nolan el descubrimiento de ese traidor.
Nolan ejecutó su tarea: anunció en pleno cónclave que el traidor era el mismo Kilpatrick.
Demostró con pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a muerte a su presidente. Este firmó su propia sentencia, pero imploró que su castigo no perjudicara a la patria.
Entonces Nolan concibió un extraño proyecto. Irlanda idolatraba a Kilpatrick; la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión; Nolan propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor el instrumento para la emancipación de la patria.
Sugirió
que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en circunstancias
deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que
apresuraran la rebelión. Kilpatrick juró colaborar en este proyecto, que le
daba ocasión de redimirse y que rubricaría su muerte.
Nolan, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la múltiple ejecución; tuvo que plagiar a otro dramaturgo, al enemigo inglés William Shakespeare. Repitió escenas de Macbeth, de Julio César.
La
pública y secreta representación comprendió varios días. El condenado entró en
Dublín, discutió, obró, rezó, reprobó, pronunció palabras patéticas, y cada uno
de esos actos que reflejaría la gloria, había sido prefijado por Nolan.
Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue
complejo; el de otros, momentáneo.
Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada de Irlanda. Kilpatrick, arrebatado por ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía, más de una vez enriqueció con actos y palabras improvisadas el texto de su juez.
Así
fue desplegándose en el tiempo el populoso drama, hasta que el 6 de agosto de
1824, en un palco de funerarias cortinas que prefiguraba el de Lincoln, un
balazo anhelado entró en el pecho del traidor y del héroe, que apenas pudo
articular, entre dos efusiones de brusca sangre, algunas palabras previstas
(…).
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