El milagro secreto (fragmento) “Ficciones”- Jorge Luis Borges

 


El piquete se formó, se cuadró. Hladík, de pie contra la pared del cuartel, esperó la descarga

 

Una pesada gota de lluvia rozó una de las sienes de Hladík y rodó lentamente por su mejilla;

 


 el sargento vociferó la orden final.

El universo físico se detuvo.

 

Las armas convergían sobre Hladík, pero los hombres que iban a matarlo estaban inmóviles.

El brazo del sargento eternizaba un ademán inconcluso.

 


En una baldosa del patio una abeja proyectaba una sombra fija. El viento había cesado, como en un cuadro. 


Hladík ensayó un grito, una sílaba, la torsión de una mano. Comprendió que estaba paralizado. No le llegaba ni el más tenue rumor del impedido mundo. Pensó estoy en el infierno, estoy muerto. Pensó estoy loco


Pensó el tiempo se ha detenido. Luego reflexionó que en tal caso, también se hubiera detenido su pensamiento.

 

Quiso ponerlo a prueba: repitió (sin mover los labios) la misteriosa cuarta égloga de Virgilio. Imaginó que los ya remotos soldados compartían su angustia: anheló comunicarse con ellos. 

Le asombró no sentir ninguna fatiga, ni siquiera el vértigo de su larga inmovilidad. Durmió, al cabo de un plazo indeterminado. Al despertar, el mundo seguía inmóvil y sordo. En su mejilla perduraba la gota de agua; en el patio, la sombra de la abeja; el humo del cigarrillo que había tirado no acababa nunca de dispersarse. 


Otro "día" pasó, antes que Hladík entendiera.

 


Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: un año le otorgaba su omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo alemán, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurría entre la orden y la ejecución de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, de la resignación a la súbita gratitud.

 


No disponía de otro documento que la memoria…Rehizo el tercer acto dos veces. Borró algún símbolo demasiado evidente: las repetidas campanadas, la música. Ninguna circunstancia lo importunaba. Omitió, abrevió, amplificó; en algún caso, optó por la versión primitiva. Llegó a querer el patio, el cuartel; (…) Dio término a su drama: no le faltaba ya resolver sino un solo epíteto. 


Lo encontró; la gota de agua resbaló en su mejilla. Inició un grito enloquecido, movió la cara, la cuádruple descarga lo derribó.

Jaromir Hladík murió el veintinueve de marzo, a las nueve y dos minutos de la mañana.

 

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