El Evangelio según Marcos. (fragmento) Jorge Luis Borges.

 


El día siguiente comenzó como los anteriores, salvo que el padre habló con Espinosa y le preguntó si Cristo se dejó matar para salvar a todos los hombres. 

Espinosa, que era libre pensador pero que se vio obligado a justificar lo que les había leído, le contestó:

         —Sí. Para salvar a todos del infierno.



         Gutre le dijo entonces:

         —¿Qué es el infierno?

         —Un lugar bajo tierra donde las ánimas arderán y arderán.

         —¿Y también se salvaron los que le clavaron los clavos?

         —Sí —replicó Espinosa cuya teología era incierta.

         


Había temido que el capataz le exigiera cuentas de lo ocurrido anoche con su hija.

         Después del almuerzo, le pidieron que releyera los últimos capítulos.

Espinosa durmió una siesta larga, un leve sueño interrumpido por persistentes martillos y por vagas premoniciones. Hacia el atardecer se levantó y salió al corredor. Dijo como si pensara en voz alta:

         —Las aguas están bajas. Ya falta poco.

         —Ya falta poco —repitió Gutre, como un eco.


     Los tres lo habían seguido. Hincados en el piso de piedra le pidieron la bendición. Después lo maldijeron, lo escupieron y lo empujaron hasta el fondo. La muchacha lloraba. Espinosa entendió lo que le esperaba del otro lado de la puerta. Cuando la abrieron, vio el firmamento. Un pájaro gritó; pensó: Es un jilguero. 

El galpón estaba sin techo; habían arrancado las vigas para construir la Cruz.

 

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